Los aplausos comienzan tibiamente para el primer saludo.  Se incrementan con el segundo saludo y en el tercero, el teatro Cervantes parece despertar de un trance y el aplauso se vuelve atronador, se escuchan varios ¡bravo! El público se pone de pie, y  entonces sí, el telón baja lentamente. 

Al cabo de tres horas se seguir las peripecias que propone la obra de Rafael Spregelburd, La Terquedad, cuesta desprenderse de la sensación de haber sido encandilados por una luz potentísima y acostumbrarse nuevamente a la visión normal de la realidad.  Efectos del “teatro de la desintegración” ¿quizás?

 Lo cierto es que La Terquedad forma parte de la Heptalogía de Hieronymus Bosch que Spregelburd escribiera a partir de 1996 y que consta en total de 7 piezas, todas inspiradas en el cuadro Tabla de los Siete Pecados (Capitales) de El Bosco que el autor tuvo oportunidad de contemplar en el Museo del Prado en Madrid. 

 Al parecer, el dramaturgo quedó tan fascinado con la pintura, que quiso intentar una equivalencia o traducción de sus características al lenguaje teatral.  Las piezas teatrales que precedieron a La Terquedad, 2008 (corresponde a la ira)  fueron: la Inapetencia, 1996 (la lujuria), la Extravagancia, 1997 (la envidia); la Modestia, 1999 (la soberbia),  la Estupidez, 2001 (la avaricia); el Pánico, 2002 (la pereza), y la Paranoia, 2008 (la gula).

 

La Terquedad se desarrolla enteramente en casa de Planc (Rafael Spregelburd), el Comisario de un pueblo en las afueras de Valencia, en la España de Franco, en 1931, un día antes de que finalice la Guerra Civil Española. La puesta es deslumbrante y ha montado un escenario giratorio en el que convergen los tres ambientes donde se realizan las acciones: el living, un dormitorio y el jardín. El elenco que acompaña al autor, director y actor es numeroso y  componen con pareja solvencia y solidez a todos y cada uno de los personajes, para quienes el esfuerzo físico y actoral que demandan las permanentes entradas, salidas y repeticiones es digno de admiración.  

 En medio de idas y venidas, que por momentos recuerdan a las comedias de enredos cinematográficas, el Comisario debe lidiar con conflictos familiares a causa de sus dos hijas, los sentimentales, actuales y pasados, encarnados por sus mujeres, con sus secretos, sus celos y traiciones; además de los que representan los soldados, el terrateniente, la servidumbre y hasta la curia. Sin embargo, lejos del típico drama familiar y de época que podría plantear el momento histórico elegido y las características de los personajes, el hecho disruptor, que vuelve  contemporánea y un tanto disparatada a la pieza está presente en la afición del Comisario por la filología, un hobby que lo ha llevado a crear una lengua universal, el katak, también un diccionario, y como al pasar, la computadora, y los pixeles. 

 

La genialidad de la pieza se pone de manifiesto en el desarrollo de las acciones y conversaciones, que en simultáneo transcurren en tres lugares diferentes, pero a la vez   visibles para el  espectador, mientras que los conflictos al repetirse constantemente, (para que puedan observarse desde los distintos ambientes de la casa), no logran resolverse nunca, imprimiéndole un aire humorístico a la obra que se agradece y la vuelve entretenida hasta la última escena. 

Además del desplazamiento escénico, la escenografía creada por Santiago Badillo recrea eficazmente el interior  y exterior de la casona del Comisario. Con una profusión de elementos retóricos que ponen de manifiesto la visión realista de la puesta, lo que sumado al  grotesco de las repeticiones logra crear un denso y perturbador clima de confusión temporo-espacial, que es funcional a la tesis del autor sobre los límites entre realidad y ficción. La iluminación del mismo Badillo marca los cambios de escena, acompaña los desplazamientos del escenario y la escenografía  y señala los momentos del día.  La ilusión se completa con la proyección de videos y el uso del mapping. Todo esto transcurre sin fisura alguna, un logro más de la dirección.  

 

Ficha técnico artística

 Actúan: Paloma Contreras, Analía Couceyro, Javier Drolas, Pilar Gamboa, Andrea Garrote, Santiago Gobernori, Guido Losantos, Monica Raiola, Lalo Rotaveria, Pablo Seijo, Rafael Spregelburd, Alberto Suárez, Diego Velázquez. Vestuario: Julieta Álvarez; Escenografía e iluminación: Santiago Badillo; Música original: Nicolás Varchausky; Dirección: Rafael Spregelburd.

TEATRO CERVANTES. Libertad 815. Capital Federal - Buenos Aires - Argentina. Teléfonos: 4816-4224. Web: http://www.teatrocervantes.gov.ar Entrada: $ 120,00 / $ 90,00 / $ 60,00 - Domingo - 20:00 hs - Hasta el 26/03/2017, Del 09/04/2017 al 07/05/2017 y Del 21/05/2017 al 03/06/2017. Entrada: $ 120,00 / $ 90,00 / $ 60,00 - Jueves - 20:00 hs - Hasta el 06/04/2017, Del 20/04/2017 al 04/05/2017, 18/05/2017 y Del 01/06/2017 al 03/06/2017. Entrada: $ 120,00 / $ 90,00 / $ 60,00 - Sábado - 20:00 hs - Hasta el 06/05/2017 y Del 20/05/2017 al 03/06/2017. Entrada: $ 120,00 / $ 90,00 / $ 60,00 - Viernes - 20:00 hs - Del 31/03/2017 al 07/04/2017, Del 21/04/2017 al 05/05/2017 y Del 19/05/2017 al 03/06/2017. Duración: 180 minutos. Clasificaciones: Teatro, Adultos

 

Por Olivia Avila – marzo de 2017