La última versión de Drácula abre el juego a una nueva enunciación de la pieza. Puesta minimalista y naturalismo para el clásico musical argentino.

Se puede argumentar que en el arte “todo tiempo pasado fue mejor” .En el caso de Drácula, el musical de Pepe Cibrián Campoy y Angel Mahler,  el tiempo pasado fue distinto, siendo inobjetable el vivido recuerdo de quienes presenciaron su estreno en los 90 con el descubrimiento de tres jóvenes intérpretes (Rodo,Milone y Krum) que hipnotizaban noche a noche a 5000 personas, luces robóticas nunca antes vistas y una puesta en escena donde las escalinatas del Luna Park eran un protagonista más.

Drácula fue, mas allá de muchos detractores y otros quienes se adjudican la primacía, el primer gran musical argentino de fastuosa producción y acogida masiva. Tanto en su lugar y puesta de origen, como en sus tantas reposiciones, el musical soportó estoicamente el paso del tiempo, siendo éxito de taquilla en cada ocasión de su revisión escénica. 

Hoy, con 25 años en su haber, la obra emociona a las nuevas generaciones y despierta en sus seguidores sentimientos  que escapan al mero discurso teatral. La actual versión es una mirada más cercana al naturalismo que al exacerbado –y justificado- expresionismo q el Luna Park  requería  para que gestos y posturas se apreciasen desde la distancia, lo que se convertiría en una “marca de autor” de Cibrián. Con el texto original casi sin alteraciones y las melodías ejecutadas con orquesta en vivo, la mirada de Cibrian sobre su más famosa criatura cambia y se aleja bastante del original como si el amor febril entre Mina, Jonathan y el Conde hubiese madurado.

La puesta minimalista con cámara negra, acotada escenografía, vestuario acorde al reducido ensamble y una magnifica puesta de luces se complementan con la marcación actoral, por momentos fría y distante, de Josefina Scaglione, Nicolas Martinelli y Luna Perez Lening todos ellos excelentes cantantes pero ajenos a las sanguineas criaturas de antaño. Solo Adriana Rolla logra darle carnadura dramática a su papel y el púbico agradece tal entrega con ovaciones a telón abierto. Juan Rodo  cumple con corrección un papel que conoce a la perfección. A excepción de Damián Iglesias en papeles menores en relación a su capacidad interpretativa, el resto del elenco cubre muchos roles secundarios con más entrega que profesionalismo.

Una posibilidad más de acercarse a la creación de Pepe Cibrián Campoy, con personajes que con el paso del tiempo han perdido, en cierta manera, el fuego sagrado de la juventud.

Por Fabián D´Amico

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